Rosa Molinero Trias vive en Barcelona y escribe lo que me habría gustado escribir a mí a su edad. Le gustan, entre muchas otras cosas, la bergamota, los perfumes, el diseño gráfico, las botellas de formas improbables, los gatos e Italia: ¿cómo no iba a pedirle que escribiera aquí?
Si quieres saber más de Rosa puedes seguirla en su perfil de Instagram. Hace un año escribió esto sobre Roma
“¡Hola!
Estoy preparando una cosa de caramelos, y al ver esto me he acordado de ti”.
Anna me mandó este mensaje muchos meses atrás, cuando andaba preparando su newsletter 55 sobre los caramelos italianos, seguido de un link a la web de Mera & Longhi. Cuando entré en su tienda online quedé maravillada con la variedad insólita de sus caramelos: para una española, que un caramelo sepa a chinotto, flor de manzanilla, ruibarbo, saúco o genciana es una rareza y toda una fantasía.
Aquello derivó en una conversación donde comparamos formas y consumos de los caramelos en Italia y en España. Sobre por qué en España las flores y las raíces (a excepción del anís y del regaliz, poco comunes) no están más presentes en los sabores de los caramelos y cuál es el público que los consume en Italia. “Son caramelos de ancianos”, decía Anna. Pues me sentí anciana porque se me antojaron esos caramelos y, a la vez, porque en aquel momento no recordaba el último caramelo que había comido, hacía quizás más de 10 años atrás.
¿Por qué había dejado de comer caramelos? Por un lado, y como suele pasarnos a casi todos, el fervor por lo dulce se apaga a medida que uno crece. Recuerdo con extrañeza las bolsas de chucherías que me compraba de niña y que me hubiera gustado que no tuvieran fondo: hoy sería incapaz de comerme más de tres o cuatro piezas, solamente motivada por un arranque de nostalgia. Por otro lado, creo que mi generación nunca fue de caramelos duros, sino más bien de gomas y cosas masticables. Pasamos de la goma del chupete a la goma del huevo frito de gominola, porque es innegable que esa textura elástica ayuda a descargar la mandíbula tal y como lo hace un perro con su juguete de silicona (o nosotros mismos, en las férulas para el bruxismo nocturno). En tercer lugar, está la campaña contra el azúcar que empezó cuando yo era adolescente (antes, siendo hija de los 90, había caramelos hasta en la consulta del dentista), y que nos ha concienciado a todos a reducir los aportes de azúcares extra, sobre todo, aquellos que no estén naturalmente presentes en los alimentos.
Y un último motivo, que es doble: la poca variedad de sabores en los caramelos españoles hace que rápidamente pasen a formar parte de la memoria y dejen de estar presentes con cierta regularidad, porque en su mayoría, de niños, los hemos recibido de manos adultas. Anna decía que aquellos sabores eran de caramelos de ancianos y pensé que muchos vinculamos los caramelos duros con los ancianos. Mi abuela Paca me daba caramelos cuando iba a verla: Pictolín, Mentolín, Respiral o La Asturiana (que cerró el año pasado) de eucalipto y Solano de toffee. Había muchos caramelos en aquella casa porque mi abuelo Juan, que no tenía absolutamente ningún diente y no quería ponerse dentadura, le encantaba el dulce, así que chupar esas pastillas duras le entretenía y satisfacía fácilmente mientras veía la tele. Cuando Juan falleció, aún quedaron unos cuantos caramelos por el piso de Sabadell, pero los colores brillantes y el sonido particular de los caramelos duros, cuyo envoltorio les da forma de lacito, desaparecieron de mi vida del todo cuando Paca se fue. Para ambos, los caramelos encerraban magia e ilusión. Ellos, nacidos en 1921, en un pequeño pueblo cordobés, no los habían podido disfrutar de niños. Y creo que a mí, lo que más me gustaba cuando cobré un poco de conciencia de las cosas y de la vida –justo cuando los caramelos y el dulce me empezaron a gustar menos–, era ver el brillo en los ojos de mi abuela cuando me ponía un caramelo en la mano.
Tras pensar en todo esto, una duda me asaltó: ¿qué son exactamente los caramelos? Desde Mugaritz se lo preguntaron en 2014, cuando se inició The Candy Project junto al sociólogo Iñaki Martínez de Albéniz, la Universidad de Ciencias Gastronómicas de Pollenza y la agencia de publicidad Dimensión. Lamentablemente, su web ya no existe y no he podido acceder a los datos que se recabaron (¡querían hacer un muy prometedor mapamundi de la chuche!), así que me tocó pensar.
Pensé si el caramelo es algo definido por el continente o por el contenido: ¿son caramelos todas aquellas pequeñas piezas de azúcar en proporción variable que están encerradas o anudadas en un papel de plástico o celulosa? Si diéramos esto por bueno, tendríamos que aceptar que también son caramelos los Gummy Jelly de Dulciora, por ejemplo, que son unos lingotes blandos de pectina, de fresa, de limón, de naranja y de piña, rebozados en azúcar. O también tendríamos que considerar caramelo los garrapiños aragoneses, tipo Besitos de la Confitería Echeto, mitad caramelo tostado, mitad fruto seco y chocolate. Yo creo que todo lo que lleve chocolate no es un caramelo, así que los Ronchitos leoneses tampoco lo son. Pero damos por buenos los frutos secos, porque a mí me parece que sí son caramelos los de El Caserío, con sus piñones (a estos era aficionada mi otra abuela, Maria). De hecho, y resolviendo, creo que sólo es un caramelo el caramelo duro, tenga forma de gajo de limón, de gragea, redonda como los anises rizados o lisos de Pifarré o cuadrada como los de Mera & Longui. En este caso, la estética no define la cosa.
Como en España no tenemos muchísimos sabores de caramelos, me he atrevido a clasificarlos en tres grupos según sus usos:
Para el café. Te lo tomas cuando necesitas ese empujón que te da el café. Y, encima, muchos saben a café o a café con leche, como el de Las Dos Cafeteras. Para más inri, en algunos bares te ponen un caramelo de café con el café, en plan mímesis, como si pidieras carga doble. Otros casan muy bien con el café, pero no lo son: son los de fresas con nata, toffee, es decir, esa mezcla de caramelo tostado con leche y/o mantequilla
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Recreativos. Estos son caramelos de sabor a fruta, y el 90% son de limón. También suele haberlos de naranja y ahora se ven novedades como la cereza o la manzana. También hay inventos ochenteros, como los Supervampiros de El Turco, de fresa y con relleno, o el Cubalibre de Gerio, sabor cola. Son un entretenimiento en la boca, perfectos para no aburrirte en la cola de embarque del avión (si tu vuelo se retrasa, aconsejo el adoquinazo aragonés, 200 g de caramelo envuelto en la estampa de la Virgen del Pilar, con una plegaria incluída), en una clase tediosa o si te toca conducir muchas horas.
Medicinales. Por supuesto, no tienen ningún efecto demostrado, pero saben un poco a medicina. Son los caramelos de eucalipto (con sus variantes de limón-eucalipto, miel-eucalipto y demás), de menta, de miel, de anís, de regaliz (cada vez es más difícil encontrar ese sabor en un caramelo duro) y de malvavisco, típico de Badajoz, fabricado por Toribio Fernández bajo el nombre Caramelos El Triunfo, en Almendralejo. Hoy, tiendas como Caramelos Paco, en Madrid, tienen en su catálogo sabores herbales que hasta hoy no eran tan comunes aquí, pero solamente en su versión sin azúcar (¿quizás porque sabe que su público tiene ya que controlar la diabetes o el azúcar en sangre?): tomillo, romero, menta de hielo, eucalipto mentolado, regaliz, malvavisco y melisa-limón.
Como bonus track, una mirada hacia delante: hoy, aunque no parecen estar triunfado, tenemos caramelos de gin tónic y de mojito, de champagne rosado y de leche merengada, de agua de rosas y de jengibre e, incluso, caramelos con forma de ristra de ajos o de cebollas, de jamón y de lomo. Me pregunto qué sabores raros nos deparará el futuro y si se innovará tanto como ahora ocurre con las patatas fritas de bolsa. ¿Quizás tendremos caramelos sabor té matcha, rosquilla, salsa teriyaki, curry con leche de coco, dátiles o nuez?
Genial artículo!! Mi cerebro ha trabajado mucho calculando cómo será un caramelo de 200g 😆
¿Y los Chupa-Chups con su palito? Cumplen todos los parámetros necesarios —duros, envueltos en plástico, buenos sabores—. Siguen ahí atemporales y planetarios, no son caramelos de abuelos. Los otros dulces con palito, las piruletas, los lollipops multicolores de las ferias, son fantasía visual, cosas bonitas poco realistas, saben a cualquier cosa y jamás te acabarás uno entero (lo mismo pasa con los adoquines de Zaragoza). En cambio, después de 60 años, los Chupa-Chups siguen siendo un inventazo.