Iba a escribir de la carga de trabajo que me está dejando un marzo sin un momento libre -aunque con dos buenos viajes y unas cuantas experiencias gastronómicas interesantes. De como, para funcionar bien, necesito tener un entorno estructurado. Porque ir apagando fuegos es una solución de emergencia, pero el día a día necesita que alguien cargue y descargue el lavavajillas, ponga lavadoras, limpie las arenas del gato, cocine algo que haga felices nosotros y nuestro nutricionista. Y si tu pareja está aún más arriba de trabajo que tú, pues no te queda otra que tirar un poco más del carro (o decidir que puedes vivir en el caos más total otra semana, que luego ya se verá).
Me repito en mis recursos estilísticos, estoy tirando de frases fáciles. Igual que ese periodista gastronómico que siempre hablaba de sus esperas en la sala de embarque mientras escuchaba a los Ramones. Es señal de que voy de culo, escribo esta newsletter un martes a las seis de la tarde y a las siete y media tengo que estar en un evento. Tengo ganas de decir que no voy, pero hay que ir. Ya terminaré esto después, si no llego ahora.
Estoy cansada porque el viaje a Asturias de la semana pasada ha coincidido con un cúmulo de accidentes que ahora estamos empezando a solucionar -la caldera funciona, el gato está vivo, la denuncia de la pérdida de mi documento está casi hecha y el viernes debería poder volar a Granada.
Antes de que lo pienses tú lo digo yo: problemas del primer mundo. Sin duda. Soy una privilegiada porque mi agobio de trabajo /porque tengo trabajo/ se debe a que el fin de semana vuelvo a salir fuera (y promete muy bien); porque puedo permitirme no sólo pagar al fontanero, sino pagar las facturas del gas.
Mientras escribo pienso que esta era una newsletter de cocina. ¡De cocina italiana! Habrá quien se haya suscrito a estas cartas semanales esperando encontrar recetas de rechupete, trucos infalibles y coquetas disertaciones sobre la dolce vita. Vaya. Otra vez decepcionando al público.
Pero ¿sabes qué pasa? Que hay una guerra. No, no es otra guerra más porque esta, esta vez, nos está tocando de cerca. Suben los precios y yo, que de economía sé lo que mi gato de literatura peruana, no sé qué es una consecuencia lógica y qué especulación. Vuelvo a escuchar esas frases de “es que los políticos” -esas frases que, hace dos años, a comienzos de la pandemia, me dejaban con la fe en el ser humano bastante por los suelos. Escucho -esta vez es algo nuevo, y qué poco me gusta esta novedad- palabras belicosas. Enviar armas, subir gasto de defensa. Palabras que realmente no quería escuchar nunca.
Y se me agarrota el corazón porque es todo difícil, porque venimos cansados de dos años de una película de ciencia ficción y estamos estrenando una bélica. Porque veo como mis hijes, con sólo 15 y 18 años, están viviendo una adolescencia distópica -ah, no, que es la realidad.
Sólo una cosa me queda clara, clarísima. Cada día que pasa, cada mofa que escucho a los que piden diálogo, cada exaltación de “los que luchan” que veo en las noticias, la tengo más clara. La paz se hace (igual que la guerra). Se hace de una forma distinta: se mira al otro (a los otros), se les reconoce, se les da espacio. Se escucha, se habla, se cede. Como escribe siempre bien Claudio, se da un paso atrás y se abren los brazos.
La semana pasada estuvimos de viaje. Dos días en Asturias, visitando restaurantes, una cueva de queso Gamoneu y una pequeña conservera de Lastres. Luego, en el mismo día, un paso por Miranda de Ebro y Valladolid, más restaurantes. Algún día os contaré de cómo es llevar este trabajo y al mismo tiempo estar yendo (y con cierta satisfacción) al nutricionista. Pero ahora no, que aún estamos encajando piezas y si me pongo a hablar de mi dieta parezco la seguidora de una secta.
El viaje. Conté algo en Instagram, pero quiero dejar el recorrido, las fotos y los comentarios bien organizados. Una colección en el Instagram de Guitián Mayer, en cuanto recobre el aliento. Si tienes curiosidad, revisa el Instagram de Jorge.
Qué ganas tenía de viajar. De grabar el paisaje con la canción que salga de Spotify. De parar a comprar pan y de paso unas rosquillitas. De tomar café donde toque, aunque esté malo. De tener contratiempos, de no tener que preocuparte, de levantarte sin saber dónde está el baño. De tener ganas de volver a casa para, pasada una semana, tener ganas de volver a salir.
El viernes volamos a Granada. Y a la vuelta prometo compartir todo bien compartido.
★ Ahora sabemos por qué Boris Johnson tiene el pelo así.
★ La fiebre Wordle no para -ahora está el Heardle.
★ Las mejores cafeterías independientes según el Financial Times.
★ Unas recomendaciones para comer en Florencia. Ya estoy preparando el próximo mapa para P/aNNa.
★ He hecho pizza para El Comidista. Si no has probado nunca una pizza rossa y aún te queda harina en casa, ya tienes plan para el fin de semana.
★ Conocía el labneh pero no el jameed: lo mismo pero con 3-4 días de curación.
★ Pasta e lenticchie en el New York Times -a mi nutricionista le gustaría esto.
★ Este Food timeline es un clásico que nunca envejece.
★ No sé si los panini italianos son más finos que los bocadillos españoles, pero sí son distintos.
★ Encontrar un artículo sobre cómo cocinar pasta sin despropósito no es cosa de todos los días. Y en el Hola.
★ El 23 de marzo cumplo 49 años. Yo creo que es inadmisible entrar en mi 50º año de vida sin un testo.
El 50% de los ingresos de esta newsletter durante el mes de marzo (al menos) irán destinados a #ACNURconUcrania. #newsletters4ukraine
Querida Anna: lo de decepcionar al público se te da realmente bien. Por favor, sigue haciéndolo. Ánimo