Pesadillas con la signora Bollire
Las firmas invitadas a P/aNNa cobran 1/104 de las ganancias de esta newsletter. Esto es posible gracias a los suscriptores premium: ¡gracias!
Todos los suscriptores premium tienen acceso a todo lo que se ha publicado hasta ahora y a los próximos P/aNNa. Cuesta 5€ al mes o 50€ al año -si te gusta lo que lees aquí, por favor plantéate suscribirte para que siga siendo viable. También puedes apuntarte a una prueba gratuita de 7 días por si quieres echar un vistazo antes de suscribirte.
¡Gracias por estar aquí!
Patricia Tablado -quizás te suene más como Patch en las redes donde pulula desde que se inventaron, da igual a qué red estés pensando- es una mujer orquesta. Cría gatos gigantes, escribe novelas, es ninja y algún día dominará el mundo. De (más) joven fue de Erasmus a Siena y nunca volvió a ser normal. Sus aventuras por Italia siempre me han parecido material perfecto para esta newsletter.
Si quieres saber más de Patricia puedes seguirla en su perfil de Twitter.
Me estreno en la newsletter de Panepanna con una confesión: de vez en cuando tengo pesadillas con italianos. Más concretamente, pesadillas con italianos enfadados porque la comida no está bien cocinada/no usas el ingrediente correcto/no la comes como tienes que comerla.
Entendedme: yo, como todo el mundo de bien, disfruto viendo esos vídeos de TikTok de italianos indignados porque alguien le ha echado ketchup a la pizza o parte los espaguetis antes de echarlos a la olla. Si no sabéis de qué hablo, os animo a echar un ojo al perfil de Lionfield, que han hecho de este género su personalidad.
Pero claro, una cosa es verlo así en el móvil o en el ordenador en horas de trabajo y otra cosa es vivirlo. Y vivirlo es peor. Mucho peor. Acercaos a la mesa camilla, que os voy a contar el génesis de mi trauma.
Corría el año 2002 y yo era joven y pizpireta (al menos más de ambas que a día de hoy). Yo vivía por primera vez fuera de Madrid y di con mis huesos en una residencia de estudiantes en una ciudad italiana que no viene al caso. No me enorgullezco de ello pero no tenía ni idea de cocina ni de la vida, pero qué queréis que os diga, eso no me impidió lanzarme a la aventura. Estaba yo en la cocina con mi olla en una mano, mi paquete de espaguetis en la otra y conforme puse la olla al fuego entró una chica de Bríndisi por la puerta. Después de saludarnos, eché los espaguetis que dios me dio a entender dentro de la olla.
Aquella chica se puso pálida, luego verde, luego amarilla y luego me preguntó si hablaba italiano, a lo que respondí que lo entendía mejor que lo hablaba. Me cayó tal reprimenda, tal chorreo de vituperios, tal cascada de gestitos (ya sabéis qué tipo de gestitos seguro) que no era capaz de adivinar qué le pasaba. Mi compañera de la residencia solo gritaba “Bollire! Bollire!” y yo estaba como los conejos cuando les dan los faros: paralizada y sin saber qué hacer.
Les lectores más avispades ya saben qué era lo que sucedía en esa cocina. A los más lentites, como lo era yo en aquella época, os doy esta línea para que lo penséis.
Exacto: había echado los espaguetis sin que el agua cociera. Y aquello había destruído el cerebro de la chica de mi residencia. Le produje un cortocircuito peor que cuando un valenciano ve mancillada su paella con guisantes o cuando Anna ve la nata en la carbonara. Es que no le entraba en la cabeza que alguien hiciera eso aposta siendo mayor de edad.
No voy a daros excusas de que era joven o que no sabía lo que estaba haciendo porque ahora mismo lo único que recuerdo es a aquella chica hecha un basilisco venga a gritar aquello de “Bollire”. Esta historia me enseñó a no cocinar delante de italianos, cosa que he ido consiguiendo más o menos en los últimos lustros con un gran éxito para mi autoestima cocinera.
Las pesadillas de la signora Bollire me vuelven de cuando en cuando pero ello no me impide disfrutar de los vídeos de italianos enfadados porque estás cortando la pizza mal porque en ellos tengo la seguridad de que no se están enfadando conmigo.
No obstante, la historia tiene final feliz porque, aunque no me acuerdo de cómo se llamaba esta chica y nos hemos perdido la pista, después me fue prestando sus Topolinos (que son parecidos a la revista Don Mickey pero muchísimo mejores) para que practicara mi italiano. Eso no quita que la primera impresión fuera bastante impresionante.